DIVAGACIÓN (Tigre
Hotel, diciembre de 1894)
¿Vienes? Me llega aquí, pues que suspiras,
un soplo de las mágicas
fragancias
que hicieron los
delirios de las liras
en las Grecias, las
Romas y las Francias.
¡Suspira así! Revuelen las abejas
al olor de la olímpica
ambrosía
en los perfumes que en
el aire dejas;
y el dios de piedra que
despierte y ría.
Y el dios de piedra que
despierte y cante
la gloria de los tirsos
florecientes
en el gesto ritual de
la bacante
de rojos labios y
nevados dientes;
en el gesto ritual que
en las hermosas
ninfalias guía a la
divina hoguera,
hoguera que hace
llamear las rosas
en las manchadas pieles
de pantera.
Y pues amas reir, ríe y
la brisa
lleve el son de los
líricos cristales
de tu reir, y haga
temblar la risa
la barba de los
Términos joviales.
Mira hacia el lado del
boscaje, mira
blanquear el muslo de
marfil de Diana,
y después de la Virgen,
la Hetaíra
diosa, su blanca, rosa
y rubia hermana,
pasa en busca de
Adonis; sus aromas
deleitan a las rosas y
los nardos:
síguela una pareja de
palomas,
y hay tras ella una
fuga de leopardos.
¿Te gusta amar en
griego? Yo las fiestas
galantes busco, en
donde se recuerde,
al suave son de
rítmicas orquestas
la tierra de la luz y
el mirto verde.
(Los abates refieren
aventuras
a las rubias
marquesas. Soñolientos
filósofos defienden las
ternuras
del amor, con sutiles
argumentos,
mientras que surge de
la verde grama,
en la mano el acanto de
Corinto,
una ninfa a quien puso
un epigrama
Beuamarchais, sobre el
mármol de su plinto.
Amo más que la Grecia
de los griegos
la Grecia de la
Francias, porque en Francia,
al eco de las Risas y
los Juegos
su más dulce licor
Venus escancia.
Demuestran más encantos
y perfidias,
coronadas de flores y
desnudas,
las diosas de Clodión
que las de Fidias;
unas cantan francés,
otras son mudas.
Verlaine es más que
Sócrates; y Arsenio
Houssaye supera al
viejo Anacreonte.
En París reinan el Amor
y el Genio:
ha perdido su imperio
el dios bifronte.
Monsieur Prudhomme y
Homais no saben nada.
Hay Chipres, Pafos,
Tempes y Amatuntes,
donde al amor de mi
madrina, un hada,
tus frescos labios a
los míos juntes).
Sones de bandolín. El rojo vino
conduce un paje
rojo. ¿Amas los sones
del bandolín y un amor
florentino?
Serás la reina en los
decamerones.
(Un coro de poetas y
pintores
cuenta historias
picantes. Con maligna
sonrisa alegre aprueban
los señores
Clelia enrojece. Una dueña se signa).
¿O un amor alemán -que
no han sentido
jamás los
alemanes-? La celeste
Gretchen; claro de
luna; el aria; el nido
del ruiseñor; y en una
roca agreste,
la luz de nieve que del
cielo llega
y baña a una hermosura
que suspira
la queja vaga que a la
noche entrega
Loreley en la lengua de
la lira.
Y sobre el agua azul el
caballero
Lohengrín; y su cisne,
cual si fuese
un cincelado témpano
viajero,
con su cuello enarcado
en forma de S.
Y del divino Enrique
Heine un canto,
a la orilla del Rhin; y
del divino
Wolfang la larga
cabellera, el manto;
y de la uva teutona, el
blanco vino
O amor lleno de sol,
amor de España
amor lleno de púrpuras
y oros:
amor que da el clavel,
la flor extraña
regada con la sangre de
los toros;
flor de gitanas, flor
que amor recela.
amor de sangre y luz,
pasiones locas;
flor que trasciende a
clavo y a canela,
roja cual las heridas y
las bocas.
¿Los amores exóticos
acaso?...
Como rosa de Oriente me
fascinas:
me deleitan la seda, el
oro, el raso.
Gautier adoraba a las
princesas chinas.
¡Oh bello amor de mil
genuflexiones:
torres de kaolín, pies
imposibles,
tazas de té, tortugas y
dragones,
y verdes arrozales
apacibles!
Ámame en chino, en el
sonoro chino
de
Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios
poetas que interpretan
el destino;
madrigalizaré junto a
tus labios.
Diré que eres más bella
que la luna:
que el tesoro del cielo
es menos rico
que el tesoro que vela
la importuna
caricia de marfil de tu
abanico.
Ámame, japonesa,
japonesa
antigua, que no sepa de
naciones
occidentales; tal una
princesa
con las pupilas llenas
de visiones,
que aun ignorase en la
sagrada Kioto,
en su labrado camarín
de plata
ornado al par de
crisantemo y loto
la civilización de
Yamagata.
O con amor hindú que
alza sus llamas
en la visión suprema de
los mitos,
y hace temblar en
misteriosas bramas
la iniciación de los
sagrados ritos,
en tanto mueren tigres
y panteras
sus hierros, y en los
fuertes elefantes
sueñan con ideales
bayaderas
los rajahs, constelados
de brillantes.
O negra, negra como la
que canta
en su Jerusalén el rey
hermoso,
negra que haga brotar
bajo su planta
la rosa y la cicuta del
reposo...
Amor, en fin, que todo
diga y cante,
amor que encante y deje
sorprendida
a la serpiente de ojos
de diamante
que está enroscada al
árbol de la vida.
Ámame así, fatal
cosmopolita,
universal, inmensa, única,
sola
y todas; misteriosa y
erudita:
ámame mar y nube,
espuma y ola.
Sé mi reina de Saba, mi
tesoro;
descansa en mis
palacios solitarios.
Duerme. Yo encenderé los incensarios.
Y junto a mi unicornio
cuerno de oro,
tendrán rosas y miel
tus dromedarios.
Rubén Darío
Fecha de nacimiento: 18 de enero de 1867, Ciudad Darío, Nicaragua
Fallecimiento: 6 de febrero de 1916, León, Nicaragua
Causa de la muerte: Enfermedad
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